En un clásico día como es la víspera de Todos Los Santos, un grupo de amigos decidió acampar en un bosque a unos cuantos kilómetros de su pueblo. El grupo estaba formado por tres chicos: Raúl, David y Marcos, y por cuatro chicas: Lidia, Alba, Natalia y Aroa. Esta última hacía poco que se había incorporado en el grupo, era la típica marginada, e incluso la gente del grupo la había insultado y a veces hasta pegado, pero terminaron por aceptarla.
Cuando tuvieron listas las tiendas, fueron a buscar leña e hicieron una hoguera para preparar la cena. Ya cenados, se pusieron a contar historias de terror, se dieron sustos y se fueron a dormir. Marcos se despertó. Había tenido una pesadilla. Se incorporó y un escalofrío le recorrió la espina dorsal; hacía frío. Inquieto en su saco de dormir, cogió un abrigo y la linterna y salió a dar una vuelta.
—No se ve ni un pijo — dijo Marcos.
Así que encendió la linterna y en ese momento deseó no haberla encendido, ya que Natalia estaba colgada en la rama de un árbol, ahogada y con las cuencas de los ojos vacías. Entonces sintió crujir una rama y se volteó. Vio a una persona encapuchada, que desenvainó una katana y se acercó rápidamente a él. Marcos no tuvo tiempo a escapar, ni siquiera gritar, sólo sintió un leve corte en el cuello y nada más. El encapuchado había decapitado a Marcos.
Raúl se despertó y al ver que Marcos no estaba salió de la tienda y se dirigió a la tienda de las chicas. Se horrorizó al ver que Lidia y Alba estaban descuartizadas, pero a Lidia le faltaban los brazos y a Alba las piernas. Fue corriendo como pudo a la tienda para avisar a David. Despertó a David y le contó lo sucedido. Raúl pudo apreciar, a pesar del rostro sereno que tenía David, una mueca de dolor. Se prepararon para ir a buscar a los demás, por si habían sobrevivido. Cinco minutos bastaron para encontrar los cadáveres de Natalia y Marcos; Natalia sin ojos y Marcos sin cabeza.
Después de mucho buscar, divisaron una casa abandonada y se dirigieron a echar un vistazo, por si Aroa se había escondido allí del asesino. En el interior había un hedor insoportable y cada vez que se daba un paso, la madera crujía tanto que parecía que se iba a hundir en cualquier momento. Decidieron separarse; Raúl iría por la planta de arriba y David por la de abajo. David se adentró en una habitación, que resultó ser la cocina. Dedujo que el hedor provenía de ahí, así que abrió la nevera, en la que había carne ya descompuesta. A David le dieron ganas de vomitar, pero se retuvo al escuchar un fuerte grito, seguido de un fuerte golpe contra el suelo.
Subió las escaleras y vio a Raúl en el suelo, rodeado en un charco de sangre escarlata y con un hacha pegada en la frente. Le faltaba el pelo. Sintió una presencia detrás y… se durmió. Cuando se despertó le quemaban las muñecas y los tobillos; estaba atado de pies y manos. Le habló una voz, pero no era una voz cualquiera, era una voz muy conocida, era la voz de Aroa.
—Vaya, vaya, vaya; Marcos el deportista, Raúl el ligón, Lidia la perrita faldera, Natalia la pija y Alba la falsa, muertos. Mi plan va a la perfección —dijo con una sonrisa maliciosa.
—¿Cómo qué plan? ¿Los has matado tú? —dijo David.
—Por supuesto. ¿Qué creías, que iba a olvidar todo lo que me habéis hecho? Nunca he tenido amigos, y vosotros os burlabais de mí. Me habéis hecho mucho daño. Pero mi plan no estará listo hasta que te mate!
Aroa cogió un hacha y con un movimiento rápido cortó una pierna a David y éste gritó de dolor. Sin tener tiempo a decirle algo, se dio cuenta de que se dirigía la otra pierna, y se la cortó.
—Por favor Aroa, ¡Para ya! —rugió David.
—Sabes que te voy a matar, y no vas a poder hacer —nada dijo Aroa con una sonrisa burlona— Pero antes de morir quiero que veas para qué os voy a utilizar.
Abrió una caja de la que sacó los ojos de Natalia, la cabeza de Marcos, el pelo de Raúl, los brazos de Lidia y las piernas de Alba. También sacó una aguja y un dedal para coser.
—Voy a dejar que tu cabeza piense qué voy a hacer. Te daré una pista, lo que quiero de ti es tu torso.
Y sin más miramientos volvió a coger el hacha y le cortó un brazo. Después el otro. David ya empezó a atar cabos, pero Aroa abrió la boca para dictar su final. Y dijo:
—Como decía mi abuela, si no tienes amigos, entonces has los tuyos.