Por el rumbo al aeropuerto, hace mucho tiempo en la época de la guerra de los cristeros, un hombre se dedicó a buscar a todos aquellos que se oponían a las imposiciones del presidente Calles. Salvador Enríquez trabajaba para el gobierno delatando a todos los que celebraban misas clandestinas, para que confesaran secuestraba a los hijos de todos los creyentes, los torturaba de la forma más cruel y en muchas ocasiones los mataba. La gente del racho decidió hacer justicia por su propia mano y entre todos lo ahorcaron en un árbol que se encuentra en un lado de la carretera panamericana.
Hace quince años cuando se terminaba la construcción del aeropuerto, un trabajador de nombre Heriberto Liévano, llevaba a sus hijos para ver los aviones, el auto comenzó a fallar.
Heriberto: ¿Y ahora qué? Niños, voy a buscar a alguien que me ayude, no se vayan a salir.
El hombre caminó durante casi una hora hasta encontrar a alguien, al llegar se encontró el auto abierto con las ventanas rotas y las vestiduras rasgadas, los niños ya no estaban. Desesperado comenzó a buscarlos mientras llegaban los otros compañeros.
Heriberto: ¡Quique! ¡Anita! ¿¡Dónde están!?
La noche llegó y los niños no aparecían. A lo lejos comenzaron a escuchar llantos de niños, se dirigieron hacia donde provenían los ruidos.
Amigo: Heriberto, venga, escuche.
Cuando los hombres iluminaron el árbol encontraron que los niños estaban colgados de las manos, arañados y con todo el cuerpo lleno de sangre, apenas se podía escuchar que repetían una y otra vez:
¡No nos mate, por favor, no nos mate!