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Las Brujas

Juan y Marco eran dos hermanos que trabajaban cuidando ganado a la gente que vivía en la hacienda de Peñuelas, hoy, construcción derruida por el paso del tiempo y la mano del hombre.

— Tú no quieres creer, pero si la gente cuenta es que algo de cierto deben tener las malditas historias. Nosotros nunca hemos vivido una a pesar de que andamos por el monte cuando ya anocheció, pero yo no dudo ni tantito qué el diablo y la maldad existen.

— Eh, ¿Escuchaste eso? ¡Hey! ¿Quién anda ahí? Habla o sacó la fusca.

— Mejor corremos Juan.

— No, mejor lo hacemos correr a él o a lo que sea eso. (Sonido de disparo).

— ¡Canijo! Casi me das.

— ¡Caray don Pedrito! Que susto nos sacó, ¿Pues qué anda haciendo tan tarde por aquí?

— Voy a llevar estos costales de frijol, se me hizo tarde en Peñuelas.

— Oiga Don, ¿Y no le da miedo cruzar usted solo el campo tan noche?

— Pues sí, pero ya que le hago. Más ahora con los cuentos que se traen en el pueblo de las brujas.

— ¿Cuáles brujas?

— Ande ya Don Pedrito, siga su camino, déjese de esos cuentos que se le va a hacer más tarde todavía.

Se cuenta que esa noche aquel viejo campesino montado a lomos de su burro atravesaba el monte. Estaba todo obscuro, hacía mucho frio. De pronto el burro comenzó a rebuznar y a correr inquieto, y acabó por tirar al suelo a su amo. El campesino asustado corrió por el monte sin parar tratando de encontrar al animal, hasta que vio un resplandor entre los árboles y oyó unas voces como cánticos allá a lo lejos.

— ¡Dios Santo! ¡Sí que es cierto lo que dicen!

Se acercó al lugar de donde provenía esa luz y pudo escuchar perfectamente voces de mujeres que cantaban, reían y hablaban de manera extraña. Escondido entre las ramas pudo contemplar como en aquel claro del monte numerosas mujeres mayores vestidas con túnicas negras y pintadas de manera extraña corrían alrededor de una gran fogata, levantando y bajando las manos, gritando y cantando extraños ritos satánicos. ¡Eran brujas!

De pronto oyó un rebuznar y vio como una de aquellas mujeres decapitaba a su burro. La bruja clavó la cabeza del animal en una lanza y danzaba alrededor del fuego con ella pasando la lanza a las demás mientras la sangre se deslizaba por el filo y era absorbida por las hambrientas bocas de las brujas. Después de semejante acción las brujas se sentaron en 12 piedras que estaban dispuestas en círculo alrededor de una piedra central, la de la bruja mayor.

— ¡Dios Santo! ¡Mi burro! ¡Esas brujas mataron a mi burro! ¡Yo mejor me voy de aquí!

Asustado echó a correr monte abajo queriendo llegar al pueblo pero antes de cumplir con su objetivo alcanzó a Juan y a Marco, y al pasar junto a ellos cayó al suelo desplomado por el esfuerzo.

— ¡Don Pedrito! ¿Qué tiene, qué le pasa?

— ¡Las vi! ¡Las vi! ¡Vi a las brujas, mataron a mi burro! ¡Eran ellas, no entren al monte, no entren!

Los hombres acudieron a socorrerle y lo recostaron en la maleza mientras el hombre no dejaba de hablar de lo que había visto. Pasados unos segundos el campesino murió. Cuando clareo el día algunos hombres llegaron al claro del monte pero solo encontraron un montón de piedras junto a manchas de lo que parecía ser sangre. A partir de entonces y hasta la fecha la gente intenta evitar ir por ese lugar al cruzar el monte.