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La casona de los fantasmas

— Jefe: Es todo señorita, gracias. Puede retirarse ¡ah! y no olvide las cotizaciones y esa llamada que le encargue.
— Secretaria: Claro que sí, por cierto llamo un trabajador del turno de la noche que quiere hablar con usted.
— Jefe: Qué será lo que quiera esta vez.
— Secretaria: Creo que quiere cambiar de turno.
— Jefe: Otra vez lo mismo. Por favor dígale por escrito, mándele un memorando, dígale que no es posible,  al menos no por el momento. ¿Algo más quiere?

Esta típica escena de oficina se desarrollaba en las instalaciones de una empresa ubicada en el centro de Aguascalientes, en una de esas antiguas casonas de la calle Madero. Todas habitadas por una larga historia, y algunas por fantasmas.

— Paco: Señorita, buenas tardes. Soy Francisco el del turno de la noche. ¿Le dijo algo el jefe?
— Secretaria: Le comenté y me dijo que, este, lo iba a ver.
— Paco: ¿Pero qué le dijo? ¿Sí me va a hacer el favor de cambiarme de turno?
— Secretaria: Me dijo que no era posible, que iba a ir a ver y después le avisaba.
— Paco: Señorita no me diga, lo mismo me ha dicho todas las veces.

La voz de francisco sonó tan desconsolada que María, la secretaria, después de colgar el teléfono quedo intrigada. Tanto que decidió comunicarse con el empleado del turno vespertino.

— Secretaria: ¿Bueno, Rubén? Habla María, oye quiero preguntarte, ¿sabes porque quiere cambiar el turno Paco?
— Ruben: No, pues sabe, no se. Solo que sea porque dice que lo asustan en la noche.
— Secretaria: ¿Cómo que lo asustan? ¡Ay como son!
— Ruben: No, nosotros no. Ya ves que cuando él llega nosotros nos vamos.

Francisco, un joven de 18 años callado y respetuoso quien recién había llegado a esa empresa en el turno nocturno, después de su primera noche de trabajo había solicitado insistentemente su cambio de horario. Ese mismo día el director había trabajado hasta entrada la noche y cuando cerraba la puerta de su oficina vino a su mente Francisco y decidió ir a platicar con él.

— Jefe: Buenas noches Francisco, ¿Cómo está?
— Paco: Buenas noches señor, pues la verdad no tan bien.

El jefe notó inmediatamente el ostensible nerviosismo de Francisco y mientras caminaba acercándose al joven, advirtió que sobre la mesa de trabajo se encontraban algunos libros religiosos, un rosario y un crucifijo. Extrañado, solo acertó a preguntar…

— Jefe: Oiga Paco, he recibido sus solicitudes de cambio de horario y me gustaría saber el motivo.
— Paco: Es que señor la verdad, ¡Ay! Es que no se como decirle.
— Jefe: ¿Qué es lo que no sabe como decirme? ¡Dígamelo!
— Paco: Bueno es que, es que no se si me crea pero la verdad desde la primera noche me han pasado cosas muy extrañas señor.
— Jefe: ¿Extrañas? ¿Qué quiere decirme con eso?
— Paco: Mire, la verdad, se lo juro. He escuchado ruidos, así como si alguien estuviera en el techo rasgándolo y me he sentido muy mal, además he sentido así como si me respiraran muy cerca de mí y cuando volteo no hay nadie.
— Jefe: No se preocupe, aquí solo usted trabaja en la noche y el techo ni lo podemos ver, es muy alto. Esto que usted ve es solo un falso plafón, ¡véalo! Es de nieve seca y sostenido con esas delgadas tiras de aluminio, a lo mejor hay un ratón. Vamos ni pensar que fuera un ratón, no soportaría su peso, puede ser una cucaracha. Y la respiración que siente debe ser una corriente proveniente de los ductos de aire, pero mire, vamos no se preocupe, lo espero mañana en mi oficina, ya lo pensé y se lo voy a cambiar de turno ¿qué le parece? Así que por hoy pase buena noche.

Francisco respiró aliviado y escuchó los pasos de su jefe alejándose y como cerró la puerta principal tras de sí. Tranquilo, aunque no del todo, retomó sus actividades. Justo cuando en su reloj un débil tono anunciaba la una de la mañana, y justo también cuando sintió en su oreja una profunda respiración.

— Paco: ¿Qué, qué, qué?

Francisco aterrorizado se levanto de su asiento, con los ojos cerrados y respirando agitadamente, escuchó como el techo del falso plafón era desgarrado. Armándose de valor, abrió los ojos y volteó hacia arriba, se sorprendió al ver que el techo estaba intacto, trato de tranquilizarse recordando las palabras de su jefe sin dejar de ver el techo, y entonces sucedió…

Uno de los cuadros de nieve seca comenzó a levantarse y vio cómo alguien se asomaba, observándolo con una mirada satánica. Francisco no regresó jamás a ese lugar. Uno de sus familiares llamó y contó esta historia, esta historia que es verdadera y que sucedió en la calle Madero, entre Zaragoza e Hidalgo, en una de esas antiguas casonas habitadas por una larga historia y algunas por fantasmas.

Radio universal, viviendo el día de muertos.