—Como crees, es imposible, la gente inventa historias como esas para que no digan que andaban borrachos.
—Entonces toda la gente esta equivocada sobre la curva de la "M".
—¿Toda la gente? No generalices, el hecho de que algunos lo comenten no quiere decir que todo mundo tenga la razón.
—Pues yo sí creo, todos los accidentes en esa curva a San Luis tienen que ver con la mujer que se aparece, y si tú no lo crees, pórque no vamos esta noche a la curva.
—Órale pues, pues vamos.
Así comienza esta historia que no es invento ni leyenda, si no simplemente una historia, tan cierta como espeluznante. Quienes hablaban eran dos amigos llamados Héctor y Juan. Simple escéptico, Héctor no creia la historia de la mujer fantasma que se aparecía en la trágicamente famosa curva de la carretera a San Luis Potosí, conocida como la "M" y ese día al aceptar el reto de su amigo Juan, estaba también aceptando un futuro que de conocerlo lo habría evitado a cualquier precio.
—Ya llegamos mi estimado Juanito, aquí comienza la curva de la "M".
Héctor se encontraba en el auto de Juan, quien conducia con gran nerviosismo y había decidido orillarse a la entrada de la curva, era la una de la mañana y el silencio sólo era interrumpido por incisivas ráfagas de viento, tan frío que mordía los huesos. Se encontraban solos, tan solos en esa carretera, al menos eso parecía.
—¡No Héctor! ¡No, no te bajes! ¿A dónde vas?
—No, no, aquí esperame tantito Juanito, vas a ver, voy a gritarle dos tres cositas a la fantasmita, a ver si es cierto que se nos aparece.
—No por favor, no vayas.
Muy a su pesar, Juan vió como Héctor abrió la puerta y se situó frente a los faros encendidos del auto y comenzó a increpar e insultar al espíritu que se decía vivía en esa curva. En el auto, Juan volteaba a un lado y a otro buscando algo que no quería encontrar, mientras lo hacía, seguía bebiendo de esa botella de tequila que infortunadamente para él no contenía el valor artificial que el tanto necesitaba.
—Ya lo ves juanito, nunca me contesto tu fantasmita. ¡Dale! Ahora si vamos a atravesar esa curva.
—¿Seguro, lo juras?
—¡Claro hombre! pues que no ves, aquí lo que menos hay son fantasmas.
—Pues vamos.
Y cuando vieron atravesado la curva, dieron la vuelta, y tomaron la curva de regreso dispuestos a llegar lo antes posible a Aguascalientes para contar su hazaña. En sus rostros había surgido una sonrisa nerviosa y repentinamente después de tomar ambos largos tragos de tequila se sintieron de un valor que los impulsó a gritar con burla y desprecio al ser que se había negado a aparecerseles. Cuando se alcanzó a vislumbrar el final de la curva, Héctor se cayo de pronto y se acercó al cristal como para ver mejor algo.
—¿Que pasó Hector? ¿Qué ves, qué ves?
—¡Ahí esta, ahí esta Juan! ¡Acelérale!
Y ahí estaba, a unos metros delante de ellos en medio de la carretera, flotando a unos centímetros del asfalto, con un brillo amarillento que iluminaba tenuemente la noche. Una mujer de piel tan blanca como su túnica.
—¿Qué hago, qué hago?
—¡Acelérale, acelérale!
—La voy a atropellar.
—Pero qué más da, si ya esta muerta, dale.
Los dos amigos cerraban los ojos, cuando pasaron sobre esa imagen de pesadilla a punto de salir de la curva, no se atrevían a volver la cabeza.
—¿Qué, no viene?
—No se, pero mejor yo no volteo.
—Voltea tú que no creias.
Sin pensarlo, Juan miro al retrovisor y entonces...
—¡Ahhhhhhhhhh, esta aquí!
Ahí estaba en el asiento trasero, la mujer. Y cuando ambos volteron a verla, élla les sonreía. Instantes despúes , el auto volcó dando varias vueltas.
Juan falleció, y Héctor quien resultó gravemente herido, después de varios años decidió contarnos esta historia, que la lleva en su mente y en sus sueños cada día y cada noche desde entonces, Héctor no ha viajado más a San Luis Potosí, de hecho, en los últimos años ha conocido a mucha gente que nunca tomaría ese camino.