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El monje asesino

Teresa, Elena y Adriana eran estudiantes de enfermería en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en aquel entonces las clases se impartían en el edificio central que se encuentra ubicado a un costado del templo de San Diego en pleno centro de la ciudad.

— ¿Qué? ¿Vamos a las canchas? ¿No traes el balón de básquet?
— Sí, me lo presto mi hermano.
— Anda antes de que oscurezca más
— Oye, ¿no te da miedo estar tan tarde en la escuela?
— ¿Miedo por qué?
— Pues por el monje que se aparece.
— ¿Cuál? A ver platícame.
— Pues resulta que hace muchos años antes de que construyeran las canchas aquí era un cementerio. ¿De verdad? En el templo de la tercera orden había un monje que hacia la labor del sacristán, cuando los revolucionarios llegaron a la iglesia empezaron a matar a todos los frailes que querían impedirles la entrada.
— ¿Y que le hicieron?
— Lo mataron, de un balazo en la frente.
— ¿Es el que se aparece?
— Eso dicen, que cruza el pasillo de la iglesia con su libro de rezos en la mano. Como murió sin confesarse su alma anda penando.

Se hizo el silencio. Tomaron sus cosas y con una tranquilidad fingida se encaminaron a la puerta de salida. Cuando llegaron a la puerta se llevaron una desagradable impresión.

— Esta cerrada.
— Busquemos al velador.
— No, ni loca. Yo aquí las espero.
— ¡Como te vas a quedar sola! Vamos, no te separes.
— No, no, no. Aquí las espero, ya les dije.

Fatal fue la decisión de Teresa al quedarse sola en ese lugar, apenas sus amigas se habían distanciado comenzó a sentir terribles escalofríos. Pasos que se arrastraban y se escuchaban cada vez más cerca hasta que por fin lo inevitable sucedió.

Ave María purísima.

El espíritu del monje se había posado frente a ella, cubría su rostro con la capucha de su hábito que caía lentamente para dejarle ver la herida del disparo en su frente.

— ¡Aaahhhh!

¡Perdón!

Sin tardanza Elena y Adriana llegaron al lugar donde su compañera se había quedado, su sorpresa fue terrible cuando en lugar de su amiga encontraron un charco de sangre que parecía venir de uno de los pasillos. El espectáculo era aterrador, tirada en el suelo y boca abajo se encontraba Teresa, la sangre escurría por un costado. Cuando dieron vuelta a su cuerpo descubrieron que una horrible herida en su frente le había quitado el aliento, estaba muerta.
Adriana nos contó lo sucedido, ahora es una mujer mucho mayor, sin embargo, hasta la fecha  le es imposible acercase al lugar de la tragedia y menos aun cuando mucha gente asegura que por las noches llegan a escucharse canticos santos por las calles del rumbo y más aún con la certeza de haber visto la imagen de un monje solitario.